jueves, 28 de marzo de 2013

Un viaje que acaba: Parte 01

Sin ser conscientes, como suele suceder cuando existen cambios o acontecimientos desde el presente, hemos vivido un periodo de 12 años muy relevante en la cinematografía estadounidense. Desde el momento que un avión se estrelló con la primera de las dos Torres Gemelas y una cámara doméstica lo filmó, empezó un nuevo cine hollywoodiense.

A un instante del cambio.

Pensemos la importancia del cine en primera persona como sucede en el cine de terror y ciencia ficción (los grandes catalizadores de las psicosis y problemáticas sociales y culturales de una sociedad), qué relación tan intrigante con los sucesos y los enigmas de ese once de septiembre doméstico. Cómo en una primera instancia los enemigos de las películas de género eran evidentes y concretos, y a medida que la guerra de Iraq iba perdiendo sentido fueron desapareciendo las pistas, las descripciones, la lógica. Películas como Mystic River anunciaba la inflexión apuntando el foco del problema dentro de la sociedad estadounidense, cerrada y plagada de sombras morales y éticas. Pero es en el 2007 cuando un aluvión de filmes desembarcan en las pantallas. Zodiac, de David Fincher, buscando un enemigo que no existe o imposible de capturar, una psicosis que lleva a la ruina a los tres protagonistas de la película. No Es País Para Viejos, de los Hermanos Coen, corriendo sin sentido por el desierto, viviendo y muriendo por el azar de un asesino en un mundo espectral. La Noche Es Nuestra, de James Gray donde la historia carece de importancia en una ciudad que es puro género en sí, donde existir es el equivalente a la sombra del verdadero problema.

Técnica, tecnología, espionaje y sociedad.

Se han transformado sustancialmente todos los géneros clásicos en este periodo. El cine de acción encabezado por el cineasta Paul Greengrass y su agente Jason Bourne, recurre al belicismo de élite (un paralelismo con la tecnología armamentística y la nueva cultura bélica de la guerra de Iraq), y como Iraq y las nuevas formas de compartir la información (Facebook, Twitter) desvela a la ciudadanía una nueva forma de entender el juego de la guerra. Las torturas de Abú Ghraib son cultura popular hoy en día, como también lo es Guantánamo, ya no es escandaloso ver a alguien morir en la tortura, la violencia moral es más cotidiana que nunca. Los enemigos de antes son las víctimas de hoy. Wikileaks obliga a la sociedad a enfrentarse a lo evidente y cada vez las personas somos más expertos en temas de economía, política y entresijos varios que quedaban antes ocultos en los rascacielos de cristal, esas masas "transparentes" que no permiten ver su interior, esa transparencia que se oculta dentro de un reflejo de las calles. Y como toda esta evolución se concentra en una de las películas más importantes de los últimos años del cine de Hollywood, una película que lo engloba todo y lo sirve en bandeja a la sociedad mediante el elemento más pop: el cómic de superhéroes y la película El Caballero Oscuro, de Cristopher Nolan. Desde ese momento los héroes dejan de tener una iconografía luminosa para adentrarse en su mística oscura. Desaparece el concepto de Leit Motiv en las nuevas bandas sonoras en el cine comercial, la música en el cine se convierte en un neo post-romanticismo (dejamos de visualizar la música como un río, con un recorrido concreto y claro, para volverla una niebla).

Un rostro real en un nuevo cine.

Y así las paredes de los laberintos se desploman, poco a poco vemos mejor nuestro entorno, poco a poco sabemos mejor cuales son las piezas del puzzle (por primera vez en la historia contemporánea), situamos a cada elemento en el tablero: gobiernos, multinacionales, sociedad, periodistas... y vivimos una nueva realidad, un nuevo laberinto, pero esta vez sin paredes.

Continúa en el próximo artículo.