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Por lo tanto nos encontramos en territorio de una nueva incertidumbre, la de ver que todo sigue igual, incluidos sus misterios, aunque gran parte de los enigmas esten esclarecidos. De una cinematografía profundamente pro-Bush, a un cine post-Bush, que rápido se convirtió en un cine pre-Obama. Esa dicotomía entre post-Bush y pre-Obama es una frontera interesante entre la de un cine sucumbido en una neblina oscura a un cine con la ilusión de salir de dicha neblina. Pensemos en una serie tan oscura como Juego de Tronos y todo lo que implica socialmente, o Mad Men, o Breaking Bad, series claramente post-Bush con un absoluto descrédito del modelo estadounidense y del origen-presente-futuro de sus valores. De ese modelo se evoluciona, puntualmente, del descrédito al crédito por la ilusión de un político como Obama y pensar que la sociedad y sus fundamentos tienen una solución, un intento de dar madurez al discurso positivo del cambio y de comprender mejor cuales son las estructuras de poder, de las nuevas narrativas y de los prismas en como se plantea la realidad.
Exito de televisión, ¿nuevos modelos en Hollywood?
En ese nuevo territorio pre-Obama encontramos la primera temporada de Homeland, el retorno a la gran pantalla de Star Trek, el renacimiento del viejo héroe americano en Gran Torino, la aceptación que películas extranjeras forman parte de la cultura estadounidense como The Artist o El Discurso del Rey, las miniseries de la HBO como To Big To Fail o John Adams. Obras que realzan un sentimiento genuino y americano (según ellos) pero con la voluntad de ser aceptados por un mundo que ve la mentira y tratando de ser honestos, tanto consigo mismos, como con los espectadores. La experimentación de No Es País Para Viejos o Un Hombre Serio de los Hermanos Coen, como el Death Proof de Tarantino, son aparcados por la nueva corriente clásico-romántica del Hollywood de la edad de oro de los 30 y 40 en pleno siglo XXI.
De ver al terrorismo como la víctima, a criminalizar
el terrorismo. De una temporada a otra.
Pero lo que parecía un retorno de la cara más capriana del modelo Hollywood popular se pasó al siguiente paso, una cinematografía pro-Obama, y con ello la evidencia de que el sistema hace suyos todos los cambios y pequeñas/grandes revoluciones. Si El Caballero Oscuro de Christopher Nolan era una profunda reflexión de lo podrido de un sistema, su secuela The Dark Knigth Rises (la tercera de la trilogía de Batman) utiliza las mismas herramientas que su predecesora para engañar y manipular. Aparentemente es tan subversiva como la anterior, pero en contenido y objetivos el fin del viaje de Batman es una doctrina peligrosa y cargada de veneno. Al igual que la oportunista Brave de Pixar y la falsa revolución que plantea. Sucede exactamente igual en la segunda temporada de Homeland. Si en la primera temporada el discurso era abierto a la reflexión y al empatizar con la psicología y sentimiento del bando "terrorista" en el conflicto post 11-S, la segunda temporada es un panfleto a favor de los buenos valores que aún pueden ser defendidos (salvando alguna manzana podrida de la CIA). Argo de Ben Affleck es la misma cara de la misma moneda. Por lo tanto el sistema se apodera de las piezas del juego nuevamente. Utiliza el conocimiento e inteligencia del público (muy superior a públicos predecesores) y aprende a cómo engañar al nuevo espectador cultivado y sofisticado. El resultado es tan peligroso que cuesta discernir la verdad de la mentira, por mucho que tengas claro que lo que estás viendo es exactamente lo que estás viendo.
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