Pocas figuras en el cine contemporáneo me transmiten tanta confianza y cercanía como la de John Sayles. Su carrera está claramente marcada por dos ámbitos muy distintos. Por un lado el cine que le da de comer y le permite autoproducirse las películas; por el otro un cine personal, arriesgado y de un claro corte independiente: su obra.
John Sayles viene de la cantera de jóvenes cineastas de las películas de Roger Corman, para quien trabajó de guionista en películas como Piraña (Piranha, 1978), La dama de rojo (The lady in red, 1979) o Los siete magníficos del espacio (Battle beyond the stars, 1980). La "escuela" Corman le dio a Sayles un sentido evidente del entretenimiento más directo vinculado a lo comercial: películas para hacer dinero. Esta faceta no la ha abandonado nunca y sigue trabajando de guionista para varias películas del Hollywood más comercial; de esta forma, con el dinero obtenido de las ventas de los guiones, puede producirse las películas que escribe y dirige.
En sus películas como autor (en el sentido más generalizado de la palabra) Sayles, en la mayoría de casos, escribe, dirige y edita. Tres facetas que domina y que le permiten plasmar a través de la puesta en escena su mirada, una mirada crítica, humana y social, Sayles busca constantemente la forma más expresiva, dentro de una lógica clasicista, de hacer llegar las formas y las ideas al espectador. Por ese motivo su cine es un cine fuertemente expresivo, y a la vez estimulante para los espectadores. No sólo sus historias pueden ser muy emotivas o fascinantes, sino que la formas también pueden estar llenas de electricidad.
Su obra siempre ha estado ligada a dos ideas principales. Una es el vínculo con lo social. La crítica al sistema y hacer discursos duros y documentados del estado real de la sociedad y sus varias problemáticas, sobretodo en cuestiones éticas. La segunda la utilización de los géneros clásicos. Las películas de Sayles son westerns, thrillers, melodramas, comedias... y utiliza sus cánones para estirarlos a su antojo y hacer del cine social un cine enmascarado en el entretenimiento y en la cultura popular. Películas como Matewan (Matewan, 1987) o Lone Star (Lone Star, 1996), son dos westerns importantísimos del cine estadounidense que dedican sus esfuerzos a destruir las mitologías de una sociedad asociada a un género. Esa función tan importante, como clarividente, del cine de Sayles, es la que hace de su narrativa un lugar fascinante en el devenir del cine clásico estadounidense de los ochenta y noventa. Un cine de verdad y revelador consciente en destruir los mitos de una cultura.
Otra cualidad de su cine es la desfocalización del protagonista. Es difícil muchas veces saber realmente quién es el protagonista de sus películas, si bien porque en muchas ocasiones son historias corales, o bien porque sus estructuras narrativas y sus dramas se transforman constantemente y ni tan si quiera sus protagonistas saben qué están buscando o dejando de buscar. Hasta que uno no finaliza un película de Sayles no se está seguro qué se está viendo y cual es su mensaje. Limbo (Limbo, 1999), su mejor película, es un claro ejemplo, quizá el más radical, de lo abierta que puede estar una historia y las posibilidades de transformación que puede sufrir. Es sin duda, Limbo, todo un ejercicio de tour de force. Una propuesta magnética que te sitúa en tantas posibles situaciones y puntos de vista que el poso que deja y la incertidumbre que produce la hace una película única; un pequeño film, sin que tenga relevancia real para muchos, y que es clave para los nuevos cines que surgirán en la primera década del 2000.
Ocho hombres fuera (Eight men out, 1988), Ciudad de esperanza (City of hope, 1991) o Passion fish (Passion fish, 1992) son claros ejemplos del dominio narrativo de Sayles y de como el sentido de su uso personal del clasicismo está asumido y es una marca autoral. Es evidente que el arte de Robert Altman influye en las formas de Sayles, pero también es cierto que mientras Altman ponía la forma al servicio de una descentralización experimental (casi como un juego estrictamente estético), Sayles se preocupa profundamente de sus personajes y el vínculo que puedan tener con lo real.
Un cineasta comprometido, no solamente con su sociedad, sino con la historia de la representación de dicha sociedad a través del cine popular. Un clásico, más que moderno, contemporáneo.
John Sayles (1950 - ...)
John Sayles viene de la cantera de jóvenes cineastas de las películas de Roger Corman, para quien trabajó de guionista en películas como Piraña (Piranha, 1978), La dama de rojo (The lady in red, 1979) o Los siete magníficos del espacio (Battle beyond the stars, 1980). La "escuela" Corman le dio a Sayles un sentido evidente del entretenimiento más directo vinculado a lo comercial: películas para hacer dinero. Esta faceta no la ha abandonado nunca y sigue trabajando de guionista para varias películas del Hollywood más comercial; de esta forma, con el dinero obtenido de las ventas de los guiones, puede producirse las películas que escribe y dirige.
En sus películas como autor (en el sentido más generalizado de la palabra) Sayles, en la mayoría de casos, escribe, dirige y edita. Tres facetas que domina y que le permiten plasmar a través de la puesta en escena su mirada, una mirada crítica, humana y social, Sayles busca constantemente la forma más expresiva, dentro de una lógica clasicista, de hacer llegar las formas y las ideas al espectador. Por ese motivo su cine es un cine fuertemente expresivo, y a la vez estimulante para los espectadores. No sólo sus historias pueden ser muy emotivas o fascinantes, sino que la formas también pueden estar llenas de electricidad.
Matewan, un western fordiano para hablar
del nacimiento de los sindicatos.
Su obra siempre ha estado ligada a dos ideas principales. Una es el vínculo con lo social. La crítica al sistema y hacer discursos duros y documentados del estado real de la sociedad y sus varias problemáticas, sobretodo en cuestiones éticas. La segunda la utilización de los géneros clásicos. Las películas de Sayles son westerns, thrillers, melodramas, comedias... y utiliza sus cánones para estirarlos a su antojo y hacer del cine social un cine enmascarado en el entretenimiento y en la cultura popular. Películas como Matewan (Matewan, 1987) o Lone Star (Lone Star, 1996), son dos westerns importantísimos del cine estadounidense que dedican sus esfuerzos a destruir las mitologías de una sociedad asociada a un género. Esa función tan importante, como clarividente, del cine de Sayles, es la que hace de su narrativa un lugar fascinante en el devenir del cine clásico estadounidense de los ochenta y noventa. Un cine de verdad y revelador consciente en destruir los mitos de una cultura.
Limbo, una obra maestra empaquetada
en una película discreta, pequeña.
Otra cualidad de su cine es la desfocalización del protagonista. Es difícil muchas veces saber realmente quién es el protagonista de sus películas, si bien porque en muchas ocasiones son historias corales, o bien porque sus estructuras narrativas y sus dramas se transforman constantemente y ni tan si quiera sus protagonistas saben qué están buscando o dejando de buscar. Hasta que uno no finaliza un película de Sayles no se está seguro qué se está viendo y cual es su mensaje. Limbo (Limbo, 1999), su mejor película, es un claro ejemplo, quizá el más radical, de lo abierta que puede estar una historia y las posibilidades de transformación que puede sufrir. Es sin duda, Limbo, todo un ejercicio de tour de force. Una propuesta magnética que te sitúa en tantas posibles situaciones y puntos de vista que el poso que deja y la incertidumbre que produce la hace una película única; un pequeño film, sin que tenga relevancia real para muchos, y que es clave para los nuevos cines que surgirán en la primera década del 2000.
Passion Fish, uno de sus dramas más bellos.
Ocho hombres fuera (Eight men out, 1988), Ciudad de esperanza (City of hope, 1991) o Passion fish (Passion fish, 1992) son claros ejemplos del dominio narrativo de Sayles y de como el sentido de su uso personal del clasicismo está asumido y es una marca autoral. Es evidente que el arte de Robert Altman influye en las formas de Sayles, pero también es cierto que mientras Altman ponía la forma al servicio de una descentralización experimental (casi como un juego estrictamente estético), Sayles se preocupa profundamente de sus personajes y el vínculo que puedan tener con lo real.
Un cineasta comprometido, no solamente con su sociedad, sino con la historia de la representación de dicha sociedad a través del cine popular. Un clásico, más que moderno, contemporáneo.
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