Pocos cineastas tienen una carrera impecable, sin fisuras, o al menos con muy pocas. Bresson, Ozu, Kubrick, Tarantino, Hou Hsiao-Hsien (si hacemos un fugaz vistazo tangencial a la historia). La carrera del escocés afincado en la National Film Board of Canada, Norman McLaren, es una de las más prolíficas, regulares y brillantes que han habido, no sólo para un cineasta de animación, sino dentro de cualquier disciplina en toda la historia del cine.
Director de más de 50 títulos, todos ellos cortometrajes, McLaren es un matemático del cine, un dramaturgo de los números y de las formas. Su cine es en apariencia experimental, pero su concepción del experimento se construye a partir de nociones muy férreas de las estructuras dramáticas. Me explico: La narración clásica tiene tres actos, un protagonista, un objetivo, un conflicto, puntos de giro determinados en momentos concretos dentro de la estructura de tres actos, climax, anticlimax, una resolución del conflicto, una evolución del arco dramático... elementos (en el fondo fórmulas) que se repiten en todas las narraciones clásicas, desde Lo Que El Viento Se Llevó, pasando por Star Wars a cualquier novela de Jean Austen, es la llamada estructura aristotélica. En el fondo, dicha estructura, se puede pensar desde dos variantes, que a su vez las dos son la misma. Desde un factor emocional, el drama como un suceso de emociones, y desde una vertiente dinámica, la transformación y el movimiento que implica que evolucione una historia y sus elementos. Estrictamente emoción significa mover, por lo tanto, cuando sentimos las emociones del cine percibimos las dinámicas internas de la narración. McLaren es un virtuoso de ese concepto, y aplica a películas abstractas (líneas en movimiento, manchas, puntos...) estructuras y dinámicas del cine clásico, de la estructura aristotélica. Su cine siempre nos atrapa, y le da al espectador, aunque no sea consciente de ello, exactamente lo que necesita en la medida justa.
Sus películas son también el resultado de largos estudios de percepción y movimiento, una vez finalizado el estudio (lleno de fórmulas, ejercicios y pruebas) McLaren aplicaba los conocimientos en una película. Como sucede en la ciencia, si la fórmula está bien planteada, el resultado es cierto. Así es el cine de McLaren, pequeñas dosis de verdad en movimiento (tiempo y espacio), colores y formas. Si a todo eso se le añade otro factor, el cine se vuelve arte: la poética personal, la sensibilidad estética de McLaren.
Pero no todos son fórmulas explícitas en su cine. Cortometrajes como C'Est L'Aviron (1944), Neighbours (1952) o Boogie-Doodle (1948) son casos donde el juego y el lirismo son más protagonistas. Pero siempre existe esa dualidad entre matemática y emoción, aunque dependiendo el film una parte pese más que la otra. Le Merle (1959), una de sus películas más celebradas, es uno de los casos donde el equilibrio es perfecto. La canción infantil que ilustra las partes de un merlo, es la oportunidad que aprovecha McLaren para unir una percepción infantil con un excelente juego geométrico. No es sencillo priorizar entre sus trabajos, puesto todos ellos me parecen excelentes, sin excepción. Es desde el completo visionado de su obra cuando uno alcanza a comprender lo magistral que llega a ser el legado de este cineasta.
Animaos a adentraros en el universo de este cineasta de animación (y también cine con actores reales), encontraréis infinidad de películas por internet tan sólo escribiendo su nombre en el buscador. Ejemplos y ejemplos de cómo llevar al cine a otras posibilidades desde su fundamentos. Un maestro, de los más grandes, que ha hecho evolucionar el medio desde el juego, la emoción y lo poético. Un pedagogo del movimiento y de la percepción. Un Bach, si se me permite la exageración (o quizá ninguna exageración), de los principios formales del cine.
Norman McLaren (1914 - 1987)
Director de más de 50 títulos, todos ellos cortometrajes, McLaren es un matemático del cine, un dramaturgo de los números y de las formas. Su cine es en apariencia experimental, pero su concepción del experimento se construye a partir de nociones muy férreas de las estructuras dramáticas. Me explico: La narración clásica tiene tres actos, un protagonista, un objetivo, un conflicto, puntos de giro determinados en momentos concretos dentro de la estructura de tres actos, climax, anticlimax, una resolución del conflicto, una evolución del arco dramático... elementos (en el fondo fórmulas) que se repiten en todas las narraciones clásicas, desde Lo Que El Viento Se Llevó, pasando por Star Wars a cualquier novela de Jean Austen, es la llamada estructura aristotélica. En el fondo, dicha estructura, se puede pensar desde dos variantes, que a su vez las dos son la misma. Desde un factor emocional, el drama como un suceso de emociones, y desde una vertiente dinámica, la transformación y el movimiento que implica que evolucione una historia y sus elementos. Estrictamente emoción significa mover, por lo tanto, cuando sentimos las emociones del cine percibimos las dinámicas internas de la narración. McLaren es un virtuoso de ese concepto, y aplica a películas abstractas (líneas en movimiento, manchas, puntos...) estructuras y dinámicas del cine clásico, de la estructura aristotélica. Su cine siempre nos atrapa, y le da al espectador, aunque no sea consciente de ello, exactamente lo que necesita en la medida justa.
Formas, colores, espacio y tiempo.
Sus películas son también el resultado de largos estudios de percepción y movimiento, una vez finalizado el estudio (lleno de fórmulas, ejercicios y pruebas) McLaren aplicaba los conocimientos en una película. Como sucede en la ciencia, si la fórmula está bien planteada, el resultado es cierto. Así es el cine de McLaren, pequeñas dosis de verdad en movimiento (tiempo y espacio), colores y formas. Si a todo eso se le añade otro factor, el cine se vuelve arte: la poética personal, la sensibilidad estética de McLaren.
Formas geométricas, una abstracción, Le Merle.
Pero no todos son fórmulas explícitas en su cine. Cortometrajes como C'Est L'Aviron (1944), Neighbours (1952) o Boogie-Doodle (1948) son casos donde el juego y el lirismo son más protagonistas. Pero siempre existe esa dualidad entre matemática y emoción, aunque dependiendo el film una parte pese más que la otra. Le Merle (1959), una de sus películas más celebradas, es uno de los casos donde el equilibrio es perfecto. La canción infantil que ilustra las partes de un merlo, es la oportunidad que aprovecha McLaren para unir una percepción infantil con un excelente juego geométrico. No es sencillo priorizar entre sus trabajos, puesto todos ellos me parecen excelentes, sin excepción. Es desde el completo visionado de su obra cuando uno alcanza a comprender lo magistral que llega a ser el legado de este cineasta.
McLaren y la danza, otro tema recurrente en su obra.
Animaos a adentraros en el universo de este cineasta de animación (y también cine con actores reales), encontraréis infinidad de películas por internet tan sólo escribiendo su nombre en el buscador. Ejemplos y ejemplos de cómo llevar al cine a otras posibilidades desde su fundamentos. Un maestro, de los más grandes, que ha hecho evolucionar el medio desde el juego, la emoción y lo poético. Un pedagogo del movimiento y de la percepción. Un Bach, si se me permite la exageración (o quizá ninguna exageración), de los principios formales del cine.
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