(...continuaba en el artículo anterior)
Pero como en todo medio creativo y de expresión llega la modernidad y se cuestiona la naturaleza del medio, y la de sus disciplinas. El cine no es literatura, ni pintura, ni escultura, ni teatro... el cine es cine, y contiene unas cualidades y una capacidad únicas (como se explicaba en el primer artículo). En este caso, entre muchos detalles y matices, el cine se piensa desde el montaje y la puesta en escena. La dialéctica gana la batalla. El cine moderno es un cine difícil de catalogar, y contiene tantos matices como cineastas encabezaron esa gran figura llamada autor. Pero dentro de la línea que he seguido del movimiento, es interesante ver como el cine, en su modernidad, llega al punto de más estatismo en su breve historia.
Durante la modernidad surgen infinidad de ideas. El tiempo se hace presente, no se esconde. La cámara y el montaje ya no son invisibles. Los elementos formales sirven para contar, ya no historias, sino ideas. Por primera vez el cine se lee, gran paradoja de la modernidad cinematográfica. Se explotan todos sus elementos. La dirección de arte, el sonido, la música, la figura del actor... todo queda descubierto y sirve para contar ideas y conceptos. El espectador debe leer esos elementos, descodificarlos y analizarlos. De un espectador pasivo a uno activo. Los movimientos de cámara contienen nuevos valores. Y aunque el movimiento en el cine se busca desde otra poética, el cine se convierte mayoritariamente en un arte hermenéutico.
De un nacimiento experiencial, el cine era simple y llanamente una experiencia, a una modernidad retórica, donde se entiende desde la iconografía el sentido y devenir de la expresión cinematográfica. Es por ese motivo que el cine, de surgir del movimiento, encuentra en su búsqueda interna el estatismo; ya no es la belleza del movimiento o el seguimiento de una historia y de sus emociones, cada parte es una idea independiente, y en el conjunto de ellas está la reflexión. La necesidad de contar historias de las personas obliga a esta evolución. Pero se olvida, en gran medida, el cine como una experiencia sensorial. Como seres occidentales (la parte moderna que afecta al cine en gran medida) todo debe pensarse, todo debe tener un motivo. Desde una lógica, en ocasiones venenosa, puede llegar a atrofiarse la naturaleza del medio.
Pero no seamos fatalistas. La modernidad, necesaria para entender las partes y disciplinas del cine, ha sido la que ha permitido el estudio del cine, la búsqueda de su sentido. Un primer paso crucial: las herramientas fílmicas son estilográficas. Escribimos ideas e historias con imágenes y sonidos. Con ello puede pensarse el cine desde lo personal, y se empieza a estirar las posibilidades de un medio que sólo ha hecho que comenzar sus andares.
(continúa en el próximo artículo)
Pero como en todo medio creativo y de expresión llega la modernidad y se cuestiona la naturaleza del medio, y la de sus disciplinas. El cine no es literatura, ni pintura, ni escultura, ni teatro... el cine es cine, y contiene unas cualidades y una capacidad únicas (como se explicaba en el primer artículo). En este caso, entre muchos detalles y matices, el cine se piensa desde el montaje y la puesta en escena. La dialéctica gana la batalla. El cine moderno es un cine difícil de catalogar, y contiene tantos matices como cineastas encabezaron esa gran figura llamada autor. Pero dentro de la línea que he seguido del movimiento, es interesante ver como el cine, en su modernidad, llega al punto de más estatismo en su breve historia.
Imposible entender la modernidad cinematográfica
fuera de la iconografía y de la dialéctica.
Durante la modernidad surgen infinidad de ideas. El tiempo se hace presente, no se esconde. La cámara y el montaje ya no son invisibles. Los elementos formales sirven para contar, ya no historias, sino ideas. Por primera vez el cine se lee, gran paradoja de la modernidad cinematográfica. Se explotan todos sus elementos. La dirección de arte, el sonido, la música, la figura del actor... todo queda descubierto y sirve para contar ideas y conceptos. El espectador debe leer esos elementos, descodificarlos y analizarlos. De un espectador pasivo a uno activo. Los movimientos de cámara contienen nuevos valores. Y aunque el movimiento en el cine se busca desde otra poética, el cine se convierte mayoritariamente en un arte hermenéutico.
De un nacimiento experiencial, el cine era simple y llanamente una experiencia, a una modernidad retórica, donde se entiende desde la iconografía el sentido y devenir de la expresión cinematográfica. Es por ese motivo que el cine, de surgir del movimiento, encuentra en su búsqueda interna el estatismo; ya no es la belleza del movimiento o el seguimiento de una historia y de sus emociones, cada parte es una idea independiente, y en el conjunto de ellas está la reflexión. La necesidad de contar historias de las personas obliga a esta evolución. Pero se olvida, en gran medida, el cine como una experiencia sensorial. Como seres occidentales (la parte moderna que afecta al cine en gran medida) todo debe pensarse, todo debe tener un motivo. Desde una lógica, en ocasiones venenosa, puede llegar a atrofiarse la naturaleza del medio.
La cámara stylo de Astruc encuentra su lugar.
Pero no seamos fatalistas. La modernidad, necesaria para entender las partes y disciplinas del cine, ha sido la que ha permitido el estudio del cine, la búsqueda de su sentido. Un primer paso crucial: las herramientas fílmicas son estilográficas. Escribimos ideas e historias con imágenes y sonidos. Con ello puede pensarse el cine desde lo personal, y se empieza a estirar las posibilidades de un medio que sólo ha hecho que comenzar sus andares.
(continúa en el próximo artículo)
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