Siempre he sido un amante del formalismo del cine estadounidense de los setenta. En como se fusiona a la perfección el clasicismo narrativo con la modernidad. Es donde encuentro con mayor fuerza el uso explícito de la forma con su intención dramática. Entre los numerosos cineastas que dieron vida a este cine, y han perdurado en la historia por hacerlo en ese tiempo, encontramos a Bob Fosse. Coreógrafo y director de Broadway que será recordado tanto en pantallas como en escenarios por Cabaret. De su filmografía se podrían destacar tres películas: Cabaret, Lenny y All That Jazz. Es en la tercera, por muchos motivos, donde conecto aquello que me fascina de Fosse en cada una de sus secuencias.
Tengo la impresión de que su cine surge directamente de su voz, de la misma garganta de Fosse. Que la película en si son membranas de información hasta llegar a la fuente, a lo verdadero de una expresión silenciosa, susurrante, donde están las tristezas y egomanías que en All That Jazz se dibujan a través de la ficción de un alter ego. Joe Gideon (interpretado por Scheider) como es sabido es una viva mímesis que Bob Fosse hace de su persona. Lo espectacular del declive de este coreógrafo yonki rodeado de amantes, enemigos, gente que le odia y que le adora, se contrapone al vacío de los ojos de un director que mira su propia muerte, su mañana más cercano. Una verdad que pronuncia en cada plano soltando un leve aliento pero sin emitir ningún sonido.
Como sucede con las personas y las experiencias no son las experiencias en si o las mismas personas las que ocupan en nuestra memoria un recuerdo o una nostalgia, son los ecos de éstas. El uso del musical como del drama que filma Fosse tiene un efecto similar. No es el musical o una secuencia en particular la que nos cautiva, sino los ecos, la resonancia que perdura a través de los planos y las secuencias. El cine de Fosse es un corazón que se debilita, y sus latidos rememoran constantemente lo visto y escuchado. Una neblina de sensaciones, una tristeza débil, que a medida que avanza el metraje la tenemos más presente, hasta llegar a los ojos y labios tanto del alter ego de Fosse como del propio Fosse, pronunciando un sordo adios a través de una película que gira la cabeza echando la vista atrás.
El mejor papel de la carrera de Scheider, tener la mirada de Fosse.
Tengo la impresión de que su cine surge directamente de su voz, de la misma garganta de Fosse. Que la película en si son membranas de información hasta llegar a la fuente, a lo verdadero de una expresión silenciosa, susurrante, donde están las tristezas y egomanías que en All That Jazz se dibujan a través de la ficción de un alter ego. Joe Gideon (interpretado por Scheider) como es sabido es una viva mímesis que Bob Fosse hace de su persona. Lo espectacular del declive de este coreógrafo yonki rodeado de amantes, enemigos, gente que le odia y que le adora, se contrapone al vacío de los ojos de un director que mira su propia muerte, su mañana más cercano. Una verdad que pronuncia en cada plano soltando un leve aliento pero sin emitir ningún sonido.
El musical como espejismo.
Como sucede con las personas y las experiencias no son las experiencias en si o las mismas personas las que ocupan en nuestra memoria un recuerdo o una nostalgia, son los ecos de éstas. El uso del musical como del drama que filma Fosse tiene un efecto similar. No es el musical o una secuencia en particular la que nos cautiva, sino los ecos, la resonancia que perdura a través de los planos y las secuencias. El cine de Fosse es un corazón que se debilita, y sus latidos rememoran constantemente lo visto y escuchado. Una neblina de sensaciones, una tristeza débil, que a medida que avanza el metraje la tenemos más presente, hasta llegar a los ojos y labios tanto del alter ego de Fosse como del propio Fosse, pronunciando un sordo adios a través de una película que gira la cabeza echando la vista atrás.
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