En muchas ocasiones suele suceder que el público general tiene un rechazo a la hora de acercarse al cine mudo. Incluso los cinéfilos (en principio algo más especializados) sienten cierto tedio por los orígenes (y no tan orígenes) del cine. Parece que es agotador tener que leer imágenes limpias, imágenes sin sus sonidos que faciliten el rápido entendimiento de éstas. El cine mudo contiene esa capacidad original que poseía el cine de mostrar lo humano. El gesto, el rostro, la desnudez de aquello que capta la cámara... las imágenes espectrales de los primeros films son en verdad testamentos de su existencia. A eso hay que sumarle el valor de su poder visual, pictórico y narrativo, e incluso transgresor, que a medida que avanzó el control de los estudios sobre las películas se fueron volviendo más comedidas y conservadoras. En particular me interesa esa relación entre el espectador medio y el cine mudo. El porqué esa distancia en poder disfrutar el sentido cercano de aquello que fue, y su belleza contenida, con la mirada de un espectador contemporáneo.
Considero las filmaciones domésticas en Super 8mm el último vestigio del cine mudo. Estas filmaciones por cuestiones culturas evocan nostalgia, un tiempo que fue y ya pasó, y es en el contenido de las películas y en la estética específica del Super 8mm donde radica lo nostálgico en si. No es como en el cine mudo una pieza de museo, un pedazo arcaico de tiempo contenido, el Super 8mm es un trozo de recuerdo, de familia, algo que nos pertenece por herencia y raíz. Es tan directa la relación con ello que somos espectadores en potencia de cine mudo cuando vemos filmaciones domésticas en Super 8mm. Buscamos cada gesto, lo emotivo de aquellos que fueron filmados y muestran su vergüenza frente a la óptica de la cámara y el sonido mecánico del motor al hacer girar la película. Nos vemos a nosotros mismos imaginados sobre otros, creamos vínculos, puentes con el pasado y con aquello que nunca ha cambiado, siendo igual en los sesenta o sententa como en el siglo XXI, nos acercamos a lo humano que trasciende a las modas, a las convenciones y a los adornos que camuflan lo popular en cada tiempo.
Si nuestra atención, o intención, fuera similar con el cine mudo, la mirada aplicada sería complemente nueva y reveladora. En el cine mudo, por un motivo natural, por ser parte del origen y aún exento de posturas, contiene esas trazas de lo familiar que nos emocionan en el Super 8mm. Somos parte de esas filmaciones, y esas filmaciones de las primeras décadas del siglo XX siguen hablando hoy en día de la esencia humana que ha caracterizado gran parte de la búsqueda del arte durante la historia (o historias) de la humanidad. El mundo contemporáneo quiere alejarnos del quiénes somos y del qué fuimos, y a veces, en lo cercano de un desconocido, en sus sombras centenarias y los movimientos que proyectan, encontramos más respuestas que en todas las excusas que nos dicen ser en el mundo de hoy.
La figura y el restro humano del cine mudo han sido y
son inigualables.
Considero las filmaciones domésticas en Super 8mm el último vestigio del cine mudo. Estas filmaciones por cuestiones culturas evocan nostalgia, un tiempo que fue y ya pasó, y es en el contenido de las películas y en la estética específica del Super 8mm donde radica lo nostálgico en si. No es como en el cine mudo una pieza de museo, un pedazo arcaico de tiempo contenido, el Super 8mm es un trozo de recuerdo, de familia, algo que nos pertenece por herencia y raíz. Es tan directa la relación con ello que somos espectadores en potencia de cine mudo cuando vemos filmaciones domésticas en Super 8mm. Buscamos cada gesto, lo emotivo de aquellos que fueron filmados y muestran su vergüenza frente a la óptica de la cámara y el sonido mecánico del motor al hacer girar la película. Nos vemos a nosotros mismos imaginados sobre otros, creamos vínculos, puentes con el pasado y con aquello que nunca ha cambiado, siendo igual en los sesenta o sententa como en el siglo XXI, nos acercamos a lo humano que trasciende a las modas, a las convenciones y a los adornos que camuflan lo popular en cada tiempo.
La fuerza de lo efímero.
Si nuestra atención, o intención, fuera similar con el cine mudo, la mirada aplicada sería complemente nueva y reveladora. En el cine mudo, por un motivo natural, por ser parte del origen y aún exento de posturas, contiene esas trazas de lo familiar que nos emocionan en el Super 8mm. Somos parte de esas filmaciones, y esas filmaciones de las primeras décadas del siglo XX siguen hablando hoy en día de la esencia humana que ha caracterizado gran parte de la búsqueda del arte durante la historia (o historias) de la humanidad. El mundo contemporáneo quiere alejarnos del quiénes somos y del qué fuimos, y a veces, en lo cercano de un desconocido, en sus sombras centenarias y los movimientos que proyectan, encontramos más respuestas que en todas las excusas que nos dicen ser en el mundo de hoy.
El cine mudo cuesta, independientemente de los prejuicios que puede tener la gente ante algo tan "antiguo", como cuesta en general sentirse cómodo con el silencio. Hoy en día, entre tanto caos y ruido, pocas personas saben disfrutar del silencio sin sentirse incómodas. Y este sentimiento, queramos o no, se nos pega, y me incluyo ya que, aún gustándome el silencio, me entra la verborrea en momentos en los que no me siento cómoda. El silencio es crudo, es sincero y asusta. Estamos desacostumbrados a él, nos dicen que es mejor llenarlo con algo. Lo que sea.
ResponderEliminarConozco a varias personas que no son capaces de disfrutar de los silencios, de leer sus significados, hasta el punto que si en una película no hay diálogo piensan que no está ocurriendo nada. Con una de esas personas vi una vez "2001: A Space Odyssey" y lo pasó realmente mal. No es un caso aislado. Imagina entonces qué pueden llegar a sentir esas personas hacia el cine mudo. Es duro para ellas y no todo el mundo tiene la paciencia para querer enfrentarse a según qué tipo de retos, por muy satisfactorio que pueda ser la recompensa al esfuerzo. Sobretodo en la cultura actual donde todo es el ahora, el ya.
Lo que dices del Super 8 está bien pero igual pides muchas peras al olmo. Poca gente recuerda ya la magia del Super 8, de filmar con esa pedazo cámara y con una antorcha de luz, poner el proyector para ver esos escasos minutos que duraba cada película. Ahora mismo forma parte de la nostalgia, de los que se lo pueden permitir y aún lo aprecian, o de hipsters fans de la lomografía. Queda poco auténtico o, a lo mejor, nos hacemos viejos.