Con este post abro una serie de cinco artículos donde se comentarán cinco musicales distintos (musical entendiendo ese cine con música interpretada como elemento principal). Ni mucho menos quiero hacer una radiografía del género, pero si un acercamiento a obras que piensan los cinematográfico como mecanismo para interpretar la música y la música como una vía para lo cinematográfico.
Jacques Demy siempre dijo que hacía cine para evadirse de la realidad. El cine de Demy contiene una mezcla muy particular de esa magia evasiva que tanto le caracteriza, y un componente muy presente de realidad. En ningún momento Demy nos engaña, no creemos que lo fantástico que vemos es real, pero si que lo real se viste de fantástico. Lo enamoradizo de su cine es esa capacidad que tiene Demy de seguir siendo niño, uno le envidia por no tener ataduras y vestir los mismos disfraces que utilizaría con diez años, sin vergüenza y con la mirada bien perdida en su imaginario. Demy nos evidencia como adultos, y nos necesita como adultos para permitirse este cine.
Siguiendo con las dualidades encontramos una pieza clave en Piel de Asno, como sucedía también en sus films anteriores, la música de Michel Legrand y las letras de Demy en la música. Si lo narrativo (en sus formas) recupera un sentimiento de infancia, la música contiene la mirada adulta que confronta el tiempo, entre el deseo de evadirse y el propio intelecto de Demy. Pensamientos sarcásticos, maduros... crean reelecturas del clasicismo del cuento de hadas con su interpretación moderna, con el momento contemporáneo y la experiencia de haber vivido la vida. En esta tensión constante se mueve la emoción del cine de Demy, y la música es el vehículo para que el público se transporte desde el intelecto hacia lo primario, hacia el niño.
El acto fundacional de un género, la música interpretada de forma fantasiosa, irreal. No hay nada más ficticio que aparezca una música de la nada y un sujeto enamorado o triste canturree en medio de una coreografía coral en una calle parisina. No hay nada más natural que esto pueda suceder en el cine. Demy, con toda su voluntad y toda su necesidad por crear esos mundos, invierte los códigos. La narrativa "convencional" se desborda de abstracción y en cambio la música -el sentimiento e ideas que contienen sus notas- son el vínculo con el patio de butacas. Un cine incapacitado a la infancia pero destinado al deseo de volver a un estreno de Mary Poppins con cinco años, a una colección de cromos de un film de Disney, a indios y vaqueros, o la despreocupación de vivir para soñar. Demy nos regala la nostalgia sin pasados, nos da el presente que no se puede recuperar.
Jacques Demy siempre dijo que hacía cine para evadirse de la realidad. El cine de Demy contiene una mezcla muy particular de esa magia evasiva que tanto le caracteriza, y un componente muy presente de realidad. En ningún momento Demy nos engaña, no creemos que lo fantástico que vemos es real, pero si que lo real se viste de fantástico. Lo enamoradizo de su cine es esa capacidad que tiene Demy de seguir siendo niño, uno le envidia por no tener ataduras y vestir los mismos disfraces que utilizaría con diez años, sin vergüenza y con la mirada bien perdida en su imaginario. Demy nos evidencia como adultos, y nos necesita como adultos para permitirse este cine.
Fantasía kitsch en una interpretación perfecta de Piel de Asno.
Siguiendo con las dualidades encontramos una pieza clave en Piel de Asno, como sucedía también en sus films anteriores, la música de Michel Legrand y las letras de Demy en la música. Si lo narrativo (en sus formas) recupera un sentimiento de infancia, la música contiene la mirada adulta que confronta el tiempo, entre el deseo de evadirse y el propio intelecto de Demy. Pensamientos sarcásticos, maduros... crean reelecturas del clasicismo del cuento de hadas con su interpretación moderna, con el momento contemporáneo y la experiencia de haber vivido la vida. En esta tensión constante se mueve la emoción del cine de Demy, y la música es el vehículo para que el público se transporte desde el intelecto hacia lo primario, hacia el niño.
La seriedad se apodera de la irreal sin perder lo lúdico.
El acto fundacional de un género, la música interpretada de forma fantasiosa, irreal. No hay nada más ficticio que aparezca una música de la nada y un sujeto enamorado o triste canturree en medio de una coreografía coral en una calle parisina. No hay nada más natural que esto pueda suceder en el cine. Demy, con toda su voluntad y toda su necesidad por crear esos mundos, invierte los códigos. La narrativa "convencional" se desborda de abstracción y en cambio la música -el sentimiento e ideas que contienen sus notas- son el vínculo con el patio de butacas. Un cine incapacitado a la infancia pero destinado al deseo de volver a un estreno de Mary Poppins con cinco años, a una colección de cromos de un film de Disney, a indios y vaqueros, o la despreocupación de vivir para soñar. Demy nos regala la nostalgia sin pasados, nos da el presente que no se puede recuperar.
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