A medida que pasa el tiempo y se moderniza la ópera (en su representación durante el siglo XX y XXI) uno puede percatarse que el valor de las voces -sin perder ninguna importancia- dejan paso a la puesta en escena y el sentido teatral de la escenificación. Hoy en día Madame Butterfly no puede pesar 120 Kg y focalizar todo el drama en la emoción que desprenden las arias principales. La relación espacio-actores, los tempos, la interpretación, los gestos, el sentido iconográfico de la dirección de arte, la luz... todo viste y da sentido al mensaje de la música y de las palabras. Si en una representación (en un teatro) la opera necesita de las herramientas del teatro para llegar a su cenit, ¿qué necesita la ópera en una representación cinematográfica?
Joseph Losey es un director que asocio siempre a dos ideas, una es la artesanía de un cineasta que controla su oficio, la otra es lo estimulante, la libertad que tiene para plasmar ideas. No es ningún disparate decir que su Don Giovanni es una experiencia muy completa tanto para un cinéfilo como para un melómano. Losey interioriza la obra de Mozart y utiliza todas las herramientas cinematográficas a su alcance para hacer de la ópera cine. El primer plano, el travelling, las panorámicas, los cortes del montaje... el Don Giovanni de Losey no es ni teatro ni realidad, sino un acto cinematográfico.
Pero Losey va más allá. No solo se sirve de la fuente original, la ópera de Mozart, sino que Don Giovanni es la excusa perfecta para un homenaje de altos vuelos, Losey nos regala una aproximación al arte de Murnau como pocos lo han hecho. La historia muestra a ese monstruo que evidencia las flaquezas del mundo que le rodea, humanizando al monstruo como el único personaje con quien podemos empatizar desde su horror. Esa es la excusa mínima para hacerse con la música de Mozart e interpretarla en cine. Un movimiento de cámara es perfecto para marcar una intención dramática a través de la música y del relato, pero el virtuosismo de Losey hace del movimiento de cámara un acto de amor al cine por si mismo.
Vemos esa mímesis con el estilo de Murnau, y en esa reconstrucción encontramos el sentido fílmico de la película de Losey: la forma. Pero es la música de Mozart el guía, el motor que hace que Losey divague y concrete los recursos cinematográficos en un viaje hacia el núcleo de uno los maestros de la historia del cine. Ver y oír el Don Giovanni de Losey es una experiencia inabarcable, porque a medida que uno la comprende mejor más descubre los misterios de la esencia de un tipo de narrativa, ese misterio que encierra la forma de Murnau y que hace del cine un medio fascinante por si solo.
Una vez vista el aria "Madamina, il catalogo è cuesto" interpretada
por Losey es imposible imaginarla de otra forma.
Joseph Losey es un director que asocio siempre a dos ideas, una es la artesanía de un cineasta que controla su oficio, la otra es lo estimulante, la libertad que tiene para plasmar ideas. No es ningún disparate decir que su Don Giovanni es una experiencia muy completa tanto para un cinéfilo como para un melómano. Losey interioriza la obra de Mozart y utiliza todas las herramientas cinematográficas a su alcance para hacer de la ópera cine. El primer plano, el travelling, las panorámicas, los cortes del montaje... el Don Giovanni de Losey no es ni teatro ni realidad, sino un acto cinematográfico.
Pero Losey va más allá. No solo se sirve de la fuente original, la ópera de Mozart, sino que Don Giovanni es la excusa perfecta para un homenaje de altos vuelos, Losey nos regala una aproximación al arte de Murnau como pocos lo han hecho. La historia muestra a ese monstruo que evidencia las flaquezas del mundo que le rodea, humanizando al monstruo como el único personaje con quien podemos empatizar desde su horror. Esa es la excusa mínima para hacerse con la música de Mozart e interpretarla en cine. Un movimiento de cámara es perfecto para marcar una intención dramática a través de la música y del relato, pero el virtuosismo de Losey hace del movimiento de cámara un acto de amor al cine por si mismo.
Un ejemplo muy evidente del homenaje de Losey a Murnau.
Vemos esa mímesis con el estilo de Murnau, y en esa reconstrucción encontramos el sentido fílmico de la película de Losey: la forma. Pero es la música de Mozart el guía, el motor que hace que Losey divague y concrete los recursos cinematográficos en un viaje hacia el núcleo de uno los maestros de la historia del cine. Ver y oír el Don Giovanni de Losey es una experiencia inabarcable, porque a medida que uno la comprende mejor más descubre los misterios de la esencia de un tipo de narrativa, ese misterio que encierra la forma de Murnau y que hace del cine un medio fascinante por si solo.
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