Primer artículo de tres sobre la obra del brillante cineasta de animación Michael Dudok de Wit. Un pequeño repaso de tres aspectos marcados por su mirada en su breve cinematografía. Un referente a nivel internacional con tan solo tres cortometrajes (y un pequeño ejercicio llamado Tom Sweep).
El Monje y el Pez (Le Moine et le Poisson) su primer cortometraje, narra la voluntad de un monje por pescar un pez que se revela al cautiverio. Podría diferenciarse dos naturalezas de espacio principales en la primera parte del film. Por un lado el agua, y por el otro la piedra del monasterio que controla el fluir del agua y de la luz. El agua, un elemento que siempre ha simbolizado la libertad, la vida y lo natural de la naturaleza (valga la redundancia), se encuentra estancado por la arquitectura de los monjes. Para la vida de los monjes el agua es un escaso fluir a través de una obertura en el claustro, o bien un símil de lagos y canales cercados por piedra construida. El pez es un prisionero de lo irreal al creer que su agua refleja un hábitat de libertad, y el monje es esclavo del control en la irrealidad de esclavizar al agua.
Los monjes buscan la paz, el equilibrio con lo natural, en esa búsqueda por acercarse a Dios mediante un diálogo con la vida terrenal desde el sosiego. En tal búsqueda, las apariencias mandan y son las ideas, alejadas de lo natural (con intencionalidad de vincularse y fundirse en ello), lo que les distancia en su relación con Dios. Ese pequeño pez no hace otra cosa que evidenciar el absurdo de encerrar la vida en ideas, tal absurdo que obliga al monje en una búsqueda desquiciante a llegar a la paz en el clímax de lo evidente del sin sentido.
La segunda parte del film, en una sucesión de ejemplos donde el ser humano controla el agua, la persecución monje-pez pierde energía física en razón del sosiego. Es interesante como ambos personajes llegan prácticamente a la par al orden, un orden que obliga al espacio arquitectónico a carecer de sentido, llegando en sus últimas consecuencias a romper la lógica y situar a los protagonistas en un realidad abstracta sin leyes físicas ni espaciales coherentes.
El Monje y el Pez es crítica y canto a lo trascendente, a la mística de la vida y al vínculo que existe entre el ser humano y la creación. La creación de ideas, de espacios, de tiempos, de miradas... de películas. Un cine que viaja de incógnito a través de la ligereza y el divertimento al origen de una de las máximas de la preocupación humana. Sublime.
Aquí podéis ver El Monje y el Pez. Y aquí, para el próximo artículo el maravilloso Father and Daughter.
El Monje y el Pez (Le Moine et le Poisson) su primer cortometraje, narra la voluntad de un monje por pescar un pez que se revela al cautiverio. Podría diferenciarse dos naturalezas de espacio principales en la primera parte del film. Por un lado el agua, y por el otro la piedra del monasterio que controla el fluir del agua y de la luz. El agua, un elemento que siempre ha simbolizado la libertad, la vida y lo natural de la naturaleza (valga la redundancia), se encuentra estancado por la arquitectura de los monjes. Para la vida de los monjes el agua es un escaso fluir a través de una obertura en el claustro, o bien un símil de lagos y canales cercados por piedra construida. El pez es un prisionero de lo irreal al creer que su agua refleja un hábitat de libertad, y el monje es esclavo del control en la irrealidad de esclavizar al agua.
Agua y luz bajo el control de lo construido.
Los monjes buscan la paz, el equilibrio con lo natural, en esa búsqueda por acercarse a Dios mediante un diálogo con la vida terrenal desde el sosiego. En tal búsqueda, las apariencias mandan y son las ideas, alejadas de lo natural (con intencionalidad de vincularse y fundirse en ello), lo que les distancia en su relación con Dios. Ese pequeño pez no hace otra cosa que evidenciar el absurdo de encerrar la vida en ideas, tal absurdo que obliga al monje en una búsqueda desquiciante a llegar a la paz en el clímax de lo evidente del sin sentido.
El film, el viaje, la búsqueda... hacia la
conclusión en un nuevo principio.
La segunda parte del film, en una sucesión de ejemplos donde el ser humano controla el agua, la persecución monje-pez pierde energía física en razón del sosiego. Es interesante como ambos personajes llegan prácticamente a la par al orden, un orden que obliga al espacio arquitectónico a carecer de sentido, llegando en sus últimas consecuencias a romper la lógica y situar a los protagonistas en un realidad abstracta sin leyes físicas ni espaciales coherentes.
Visualizaciones de lo (ir)real.
El Monje y el Pez es crítica y canto a lo trascendente, a la mística de la vida y al vínculo que existe entre el ser humano y la creación. La creación de ideas, de espacios, de tiempos, de miradas... de películas. Un cine que viaja de incógnito a través de la ligereza y el divertimento al origen de una de las máximas de la preocupación humana. Sublime.
Aquí podéis ver El Monje y el Pez. Y aquí, para el próximo artículo el maravilloso Father and Daughter.
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