No es accidental que tras el artículo anterior (sobre la película de Joseph Losey, Don Giovanni de Mozart) vuelva, en esta pequeña selección de musicales, a otra ópera y del mismo autor. La Flauta Mágica dirigida por Ingmar Bergman podría considerarse la antítesis a la propuesta de Losey. Si en Don Giovanni el naturalismo y realismo son parte del eje central de la puesta en escena, lo teatral y la representación sobre un escenario es el punto de partida del film de Bergman. A diferencia de Losey, un cineasta que no dejó de buscar posibilidades a su cine, Bergman tenía la constante necesidad de reafirmarse sacando a la palestra sus miedos y obsesiones, y encontró en unos mecanismos narrativos muy robustos la vía perfecta para llevar a cabo esa necesidad.
El film es un oportunismo que aprovechó Bergman tras dirigir la representación teatral, y con todo el montaje ya preparado lo plasmó en imágenes. La película no es otra cosa que la función filmada, pero una filmación planificada por Bergman no es una planificación cualquiera. Bergman aplica una vez más su estilo. El primer plano es una pieza crucial, el rostro humano (el de los cantantes en esta ocasión) es el mapa emocional para expresar el drama y lo trascendente. No hay concesiones a la magia ni a la grandilocuencia de la ópera de Mozart, en cambio la austeridad formal construye un tempo de lectura que transporta al espectador a un proceso de gestos faciales, y juegos de planos contraplanos, suficientemente ricos y complejos (en su sencillez) para dar a la narrativa los ingredientes necesarios para contar una historia y emocionar con ella.
Aquí se encuentra lo fascinante de este film, en como dialogan dos naturalezas opuestas, y en ninguno de los dos casos una pierde su esencia en pos de la otra. La fantasía espectacular de la ópera permanece intacta en la música y el texto de La Flauta Mágica. Lo teatral, filtrado por el pulso cinematográfico de Bergman, es puramente antropomorfo, y en ese valor de dimensiones humanas se encierra el punto de vista de la cámara. Nunca Mozart, y en especial La Flauta Mágica, había sido tan íntimo. Nunca la mirada de un cantante (un personaje) había expresado los conflictos y el drama con esa intensidad, una intensidad en un golpe de ojos, una sonrisa, en una mano sobre el rostro. La fisonomía es un continente y Bergman un cartógrafo. Somos viajeros por mapas de luces y sombras, y La Flauta Mágica es una fantasía a explorar.
Una representación teatral filmada.
El film es un oportunismo que aprovechó Bergman tras dirigir la representación teatral, y con todo el montaje ya preparado lo plasmó en imágenes. La película no es otra cosa que la función filmada, pero una filmación planificada por Bergman no es una planificación cualquiera. Bergman aplica una vez más su estilo. El primer plano es una pieza crucial, el rostro humano (el de los cantantes en esta ocasión) es el mapa emocional para expresar el drama y lo trascendente. No hay concesiones a la magia ni a la grandilocuencia de la ópera de Mozart, en cambio la austeridad formal construye un tempo de lectura que transporta al espectador a un proceso de gestos faciales, y juegos de planos contraplanos, suficientemente ricos y complejos (en su sencillez) para dar a la narrativa los ingredientes necesarios para contar una historia y emocionar con ella.
Incluso el aria de la Reina de la Noche pierde la espectacularidad
formal para ganar intensidad dramática con primeros planos.
Aquí se encuentra lo fascinante de este film, en como dialogan dos naturalezas opuestas, y en ninguno de los dos casos una pierde su esencia en pos de la otra. La fantasía espectacular de la ópera permanece intacta en la música y el texto de La Flauta Mágica. Lo teatral, filtrado por el pulso cinematográfico de Bergman, es puramente antropomorfo, y en ese valor de dimensiones humanas se encierra el punto de vista de la cámara. Nunca Mozart, y en especial La Flauta Mágica, había sido tan íntimo. Nunca la mirada de un cantante (un personaje) había expresado los conflictos y el drama con esa intensidad, una intensidad en un golpe de ojos, una sonrisa, en una mano sobre el rostro. La fisonomía es un continente y Bergman un cartógrafo. Somos viajeros por mapas de luces y sombras, y La Flauta Mágica es una fantasía a explorar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario