Siendo extremadamente simple podría decir que el arte sirve para entender y acercarse a la vida y que el espectáculo busca lo opuesto. Siempre que se ha dicho el espectáculo de la vida cuando se contempla un nacimiento, o en un documental de animales desde una perspectiva hiperbólica, he sentido esa expresión de dos maneras. Una como algo inalcanzable al entendimiento, y la otra como una exageración. En cualquiera de los dos casos, el concepto grandilocuente de "espectáculo" me aleja de lo cercano, de lo mío.
El cine, tanto como consecuencia del pensamiento de las diferentes artes como de la experiencia circense, contempla estas dos cualidades. Gran dicotomía que lo ha acompañado desde su nacimiento. Arte y espectáculo. Es evidente que en una mayoría el espectáculo ha ganado la batalla. Desde las películas a los videoclips como en la publicidad, incluso en el teatro, el musical, la música en directo y la literatura. El espectáculo cinematográfico se ha derivado y ha envenenado los otros medios de expresión. Catedrales audiovisuales que muestran ostentosas su capacidad económica y su despliegue de medios. La industria cinematográfica siempre se ha encargado de evidenciar su colosalismo y hacer saber lo complejos y costosos que son todos los procesos que implican hacer una película.
Por otro lado siguen habiendo cineastas que se sirven de lo mínimo para expresarse. Cines de la cámara que dialogan con el entorno, con el detalle. Imágenes que buscan rostros y gestos, figuras en medio del mundo, miradas que se sirven de la cámara para ver más allá de lo que nos rodea y darles una cualidad especial. A la vez debe haber un segundo diálogo tras el que hay entre el cineasta y el mundo, uno entre la obra y el espectador. ¿Cómo puede hablarse con sinceridad en un diálogo entre dos personas si una de las dos mira por encima del hombro y la otra se siente pequeña? La voz debe ser tan suave como en una conversación intima o a gritos como en un enfado, pero siempre desde una dimensión humana. Qué extrañeza habría si nos expresáramos en una comida familiar hablando unos con megáfonos y otros susurrando.
De la misma forma los medios cinematográficos, en el caso que uno quiera abrir ese diálogo, deberían ser de proporciones humanas. Poder percibir la humildad en la propia naturaleza de la imagen, sentir que el viaje del cineasta es compartido con el espectador descubriendo, desde dos lugares distintos, cómo las respuestas que plantea mirar el mundo tienen su origen dentro del misterio. No hay la verdad en la boca del realizador, ni las ansias de obtenerla por parte del público. Es un intento por estar más cerca, con la magia que implica que alguien te invite a ver el mundo con sus ojos, más cerca de uno mismo y más cerca de otra persona, de lo exótico de lo cotidiano o lo cotidiano en lo exótico. Sentir que el cine hace que la vida sea más misteriosa, pero no más lejana.
Los dinosaurios compasivos de El Árbol de la Vida, de
Terrence Malick. El espectáculo de la trascendencia.
El cine, tanto como consecuencia del pensamiento de las diferentes artes como de la experiencia circense, contempla estas dos cualidades. Gran dicotomía que lo ha acompañado desde su nacimiento. Arte y espectáculo. Es evidente que en una mayoría el espectáculo ha ganado la batalla. Desde las películas a los videoclips como en la publicidad, incluso en el teatro, el musical, la música en directo y la literatura. El espectáculo cinematográfico se ha derivado y ha envenenado los otros medios de expresión. Catedrales audiovisuales que muestran ostentosas su capacidad económica y su despliegue de medios. La industria cinematográfica siempre se ha encargado de evidenciar su colosalismo y hacer saber lo complejos y costosos que son todos los procesos que implican hacer una película.
Por otro lado siguen habiendo cineastas que se sirven de lo mínimo para expresarse. Cines de la cámara que dialogan con el entorno, con el detalle. Imágenes que buscan rostros y gestos, figuras en medio del mundo, miradas que se sirven de la cámara para ver más allá de lo que nos rodea y darles una cualidad especial. A la vez debe haber un segundo diálogo tras el que hay entre el cineasta y el mundo, uno entre la obra y el espectador. ¿Cómo puede hablarse con sinceridad en un diálogo entre dos personas si una de las dos mira por encima del hombro y la otra se siente pequeña? La voz debe ser tan suave como en una conversación intima o a gritos como en un enfado, pero siempre desde una dimensión humana. Qué extrañeza habría si nos expresáramos en una comida familiar hablando unos con megáfonos y otros susurrando.
A Través de los Olivios, de Kiarostami. Cine despojado de toda
retórica. Seres humanos y sus emociones habitando su mundo.
De la misma forma los medios cinematográficos, en el caso que uno quiera abrir ese diálogo, deberían ser de proporciones humanas. Poder percibir la humildad en la propia naturaleza de la imagen, sentir que el viaje del cineasta es compartido con el espectador descubriendo, desde dos lugares distintos, cómo las respuestas que plantea mirar el mundo tienen su origen dentro del misterio. No hay la verdad en la boca del realizador, ni las ansias de obtenerla por parte del público. Es un intento por estar más cerca, con la magia que implica que alguien te invite a ver el mundo con sus ojos, más cerca de uno mismo y más cerca de otra persona, de lo exótico de lo cotidiano o lo cotidiano en lo exótico. Sentir que el cine hace que la vida sea más misteriosa, pero no más lejana.
Amen.
ResponderEliminarLas cosas sencillas, como la exposición de tu artículo, sólo se descubren cuando la mirada está libre de aspavientos y retóricas.
Tu mirada de las cosas está en esos dos caminos que se recorren conjuntamente: el descubrimiento del misterio de las cosas y la representación sencilla de ese misterio.
Magnífico artículo.
Àlex.
Muchas gracias Àlex. Me alegro que te guste el texto. Un abrazo
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