En el epílogo de Hilario J. Rodríguez de Una sandía es una sandía (Las películas de Tsai Ming-Liang) había una apreciación hacia la noción de "aburrido" sobre ciertas cinematografías. Ante la respuesta de su mujer tras el visionado de What Time Is It There? (de Tsai Ming-Liang) J. Rodríguez le pregunta a su mujer si asistir a un museo es aburrido. Asumiendo que la respuesta era "No", seguía preguntándose: entonces porqué visionar un film de Tsai Ming-Liang sí que es aburrido cuando la experiencia es similar a la de asistir a un museo.
Cuando impartí un taller de historia del cine a un público no especializado traté de hacer un recorrido, muy fugazmente, por aquellos elementos significativos que habían hecho evolucionar dicha historia del cine. El montaje clásico, el uso del sonoro, pasando por ciertas poéticas, Rossellini y la modernidad, la modernidad como forma retórica, la idea de la cámara en Kiarostami, etc. En todas las explicaciones, más sencillas más complejas, había un total entendimiento de lo que se hablaba. Todo era nuevo para esas personas, pero no había ningún bache en el transcurso de la materia, estaban descubriendo el cine desde otro punto de vista y eso les animaba a seguir queriendo aprender más.
Finalmente llegamos a las nuevas cinematografías que se practican hoy en día. Gus Van Sant, Tsai Ming-Liang, Bela Tarr, Apichatpong Weerasethakul, Kelly Reichardt... y llegó súbitamente la incomprensión. Insistía en explicar que no pensaran, que no era necesario entender, era tan sencillo como sentir las secuencias. Un paseo del protagonista de Last Days por el bosque no deja de ser un paseo por el bosque. ¿Pero qué pasa? Preguntaban ¿Por qué? Había la necesidad de agarrarse a un motivo, de poder entender, de ese racionalismo en el que vivimos que todo tenga sentido y todo pueda ser comprendido. No podían dejarse llevar y disfrutar del sonido del viento o de las sombras de las hojas sobre los troncos, o ver lo humano en medio del bosque, ver la belleza del gesto... nadie les había explicado antes a ver y sentir sin pensar, y era un ejercicio del que fueron totalmente incapaces.
Cada vez somos personas más inteligentes en relación a la narrativa. Podemos ver secuencias en la trilogía de Bourne o en la última de James Bond donde se suceden planos de menos de un segundo durante varios minutos y no perder nunca el hilo de la historia. Estamos tan contaminados de una forma de ver y pensar las cosas que cuando surge algo diferente, algo que nos desconcierta rechazamos sistemáticamente por culpa de nuestra no-comprensión. Somos consumidores de imágenes y sonidos, seres bulímicos que ingerimos y no procesamos; cuando en verdad deberíamos ser parte de ese diálogo entre los sonidos e imágenes de un mundo y nuestra forma de sentirlos.
Cada plano en el cine Tsai Ming-Liang es un cuadro donde cada
detalle debe ser apreciado por el espectador (un espectador activo)
Cuando impartí un taller de historia del cine a un público no especializado traté de hacer un recorrido, muy fugazmente, por aquellos elementos significativos que habían hecho evolucionar dicha historia del cine. El montaje clásico, el uso del sonoro, pasando por ciertas poéticas, Rossellini y la modernidad, la modernidad como forma retórica, la idea de la cámara en Kiarostami, etc. En todas las explicaciones, más sencillas más complejas, había un total entendimiento de lo que se hablaba. Todo era nuevo para esas personas, pero no había ningún bache en el transcurso de la materia, estaban descubriendo el cine desde otro punto de vista y eso les animaba a seguir queriendo aprender más.
Finalmente llegamos a las nuevas cinematografías que se practican hoy en día. Gus Van Sant, Tsai Ming-Liang, Bela Tarr, Apichatpong Weerasethakul, Kelly Reichardt... y llegó súbitamente la incomprensión. Insistía en explicar que no pensaran, que no era necesario entender, era tan sencillo como sentir las secuencias. Un paseo del protagonista de Last Days por el bosque no deja de ser un paseo por el bosque. ¿Pero qué pasa? Preguntaban ¿Por qué? Había la necesidad de agarrarse a un motivo, de poder entender, de ese racionalismo en el que vivimos que todo tenga sentido y todo pueda ser comprendido. No podían dejarse llevar y disfrutar del sonido del viento o de las sombras de las hojas sobre los troncos, o ver lo humano en medio del bosque, ver la belleza del gesto... nadie les había explicado antes a ver y sentir sin pensar, y era un ejercicio del que fueron totalmente incapaces.
Qué mejor forma de hablar sobre la existencia: sin la palabra
Cada vez somos personas más inteligentes en relación a la narrativa. Podemos ver secuencias en la trilogía de Bourne o en la última de James Bond donde se suceden planos de menos de un segundo durante varios minutos y no perder nunca el hilo de la historia. Estamos tan contaminados de una forma de ver y pensar las cosas que cuando surge algo diferente, algo que nos desconcierta rechazamos sistemáticamente por culpa de nuestra no-comprensión. Somos consumidores de imágenes y sonidos, seres bulímicos que ingerimos y no procesamos; cuando en verdad deberíamos ser parte de ese diálogo entre los sonidos e imágenes de un mundo y nuestra forma de sentirlos.
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