Hace años tuve la suerte de ver El Gran Dictador en una proyección en 35mm al aire libre. El sonido del motor haciendo girar la película, la pantalla ondulando al son de la brisa de verano y las sillas de madera llenando toda la plaza. A la expectativa el mejor público posible, niños y niñas sin saber que iban a descubrir a Chaplin.
Hay una secuencia, una de las más conocidas de su filmografía, donde el barbero judío afeita a un pobre inocente empujado por la fuerza de la Rapsodia Húngara de Liszt. Un gag cómico heredado ya no del cine mudo, sino de la educación y técnica del teatro de variedades donde Chaplin creció y se formó. El tempo, la estructura, la naturalidad... hacen del momento fílmico uno de los más perfectos y recordados de su autor y, por consiguiente, de la historia del cine.
Nuestros ojos y risas no dejan ni un instante a Chaplin, su coreografía hace de Liszt un genio de la bis cómica. Le pedimos al vagabundo convertido en barbero que siga una y otra vez con los movimientos y golpes de efecto que nos deleitan con su maestría. Pero, no siendo conscientes, la mayoría de veces nos reímos de las reacciones del pobre hombre que recibe el afeitado. Esa parte menor, invisible, que prácticamente no tiene lugar ni en la propia película. Un actor que comparte plano y secuencia cómica con el gran Charles Chaplin sin desmerecer ninguno de los momentos.
Ese actor se llama Chester Conklin, uno de los más importantes de la Keystone. Famoso por sus amplios bigotes y por acompañar a Chaplin (y a otros grandes) en innumerables films mudos. Un actor con una gran formación técnica capaz de lidiar de tú a tú con genios de la escena. Qué importantes son los Chester Conklin que dan sentido a las pequeñas partes y por lo tanto al todo, que permiten que la brillantez se mantenga a flote en cada gesto. Gracias a los Chester Conklin el arte permite ser invisible, sin fisuras, impecable, natural y certero. Hacen del trabajo en su conclusión una ligereza llena de verdad.
En un plano el vodevil se convierte en cine
Hay una secuencia, una de las más conocidas de su filmografía, donde el barbero judío afeita a un pobre inocente empujado por la fuerza de la Rapsodia Húngara de Liszt. Un gag cómico heredado ya no del cine mudo, sino de la educación y técnica del teatro de variedades donde Chaplin creció y se formó. El tempo, la estructura, la naturalidad... hacen del momento fílmico uno de los más perfectos y recordados de su autor y, por consiguiente, de la historia del cine.
Nuestros ojos y risas no dejan ni un instante a Chaplin, su coreografía hace de Liszt un genio de la bis cómica. Le pedimos al vagabundo convertido en barbero que siga una y otra vez con los movimientos y golpes de efecto que nos deleitan con su maestría. Pero, no siendo conscientes, la mayoría de veces nos reímos de las reacciones del pobre hombre que recibe el afeitado. Esa parte menor, invisible, que prácticamente no tiene lugar ni en la propia película. Un actor que comparte plano y secuencia cómica con el gran Charles Chaplin sin desmerecer ninguno de los momentos.
Chester Conklin. Ha trabajo con Chaplin, Sturges o Stroheim entre otros
Ese actor se llama Chester Conklin, uno de los más importantes de la Keystone. Famoso por sus amplios bigotes y por acompañar a Chaplin (y a otros grandes) en innumerables films mudos. Un actor con una gran formación técnica capaz de lidiar de tú a tú con genios de la escena. Qué importantes son los Chester Conklin que dan sentido a las pequeñas partes y por lo tanto al todo, que permiten que la brillantez se mantenga a flote en cada gesto. Gracias a los Chester Conklin el arte permite ser invisible, sin fisuras, impecable, natural y certero. Hacen del trabajo en su conclusión una ligereza llena de verdad.
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