Hay un principio fundamental en la teoría y práctica del montaje cinematográfico que es la yuxtaposición de dos planos. El problema de los principios fundamentales es que uno tiende a olvidar pensar sobre ellos, se asumen como tal y dejamos que su mecánica opere de forma automática. Pero en toda yuxtaposición hay un tercer elemento, el mismo que vincula y separa: el intervalo. Ese espacio invisible para el ojo pero captado por la percepción que separa cada fotograma con el siguiente y el anterior. Un espacio carente de luz creado por el fragmento de película que se encuentra entre dos imágenes.
El poder del intervalo radica en esta doble función de crear independencia y autonomía a cada imagen y a la vez el de unirlas en una confrontación. Una extraordinaria reacción que cuando juntas dos imágenes diferentes automáticamente se crea una tercera en tu cabeza. Hay en la historia del cine innumerables ejemplos de gran fuerza y poder entre dos fotogramas. Pero hay uno que le tengo especial apego, esa primera vez que fui consciente (y no como idea, sino como sentimiento) de esta fuerza artística y trascendente en el cine. Fue en el primer visionado de El Espejo de Andrei Tarkovsky.
Es interesante como la película no deja de ser un encierro en un conjunto de sueños del propio Tarkovsky, una cárcel representada por encuadres perfectos, surrealistas y laberínticos. Un recorrido hacia lo materno en busca de una respuesta abstracta a una pregunta abstracta. Es prácticamente al final del film cuando el niño del sueño (Tarkovsky) consigue entrar en la casa y verse finalmente en el espejo (uno de tantos en la película).
Un encuadre que sigue siendo un marco dentro de un marco encerrando al niño al otro lado del espectro. Es en el siguiente plano donde Tarkovsky se libera. El mismo niño nadando por un río rodeado de naturaleza. Un plano abierto, que respira y fluye. La auto-consciencia del propio sueño sosiega el alma, sin dejar de viajar por recuerdos y abstracciones Tarkovsky se perdona y transforma el tormento en el misterio de ser.
Lo que más me impactó fue cómo la transición de las dos ideas fluía tan natural y al mismo tiempo chocaban con tanta violencia. Allí descubrí la fuerza del intervalo.
En una imagen un niño frente a un espejo, en la otra el mismo niño nadando. En nuestra mente surge algo nuevo, de la oscuridad entre dos imágenes emerge la luz que nos rebela su significado, de la mínima expresión del arte cinematográfico aparece el todo que da sentido a la experiencia y al mismo medio. Una partícula oscura que libera y contiene, que une y separa, la poética en lo mecánico. Es en lo invisible donde se encuentra aquello inexplicable.
Cada fotograma delimita con dos fragmentos
(intervalos) de película no impresa
El poder del intervalo radica en esta doble función de crear independencia y autonomía a cada imagen y a la vez el de unirlas en una confrontación. Una extraordinaria reacción que cuando juntas dos imágenes diferentes automáticamente se crea una tercera en tu cabeza. Hay en la historia del cine innumerables ejemplos de gran fuerza y poder entre dos fotogramas. Pero hay uno que le tengo especial apego, esa primera vez que fui consciente (y no como idea, sino como sentimiento) de esta fuerza artística y trascendente en el cine. Fue en el primer visionado de El Espejo de Andrei Tarkovsky.
Es interesante como la película no deja de ser un encierro en un conjunto de sueños del propio Tarkovsky, una cárcel representada por encuadres perfectos, surrealistas y laberínticos. Un recorrido hacia lo materno en busca de una respuesta abstracta a una pregunta abstracta. Es prácticamente al final del film cuando el niño del sueño (Tarkovsky) consigue entrar en la casa y verse finalmente en el espejo (uno de tantos en la película).
El niño frente a un espejo agarrando una jarra de leche
Un encuadre que sigue siendo un marco dentro de un marco encerrando al niño al otro lado del espectro. Es en el siguiente plano donde Tarkovsky se libera. El mismo niño nadando por un río rodeado de naturaleza. Un plano abierto, que respira y fluye. La auto-consciencia del propio sueño sosiega el alma, sin dejar de viajar por recuerdos y abstracciones Tarkovsky se perdona y transforma el tormento en el misterio de ser.
Un cuadro orgánico que fluye entre lo infantil y animal
del nadar del niño con la magia de las ondas del agua.
Lo que más me impactó fue cómo la transición de las dos ideas fluía tan natural y al mismo tiempo chocaban con tanta violencia. Allí descubrí la fuerza del intervalo.
Una imagen sin luz, el intervalo que lo contiene todo
Ejemplo poético y explicación redonda. No he visto la pelicula pero entiendo lo que quieres decir. Puedo imaginar que no es sólo el mero contraste entre planos lo que tiene significado sino algo mas, innominable, que fluye del corte entre ellos.
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