martes, 20 de noviembre de 2012

De la alta definición

Hará ya cinco años que pudo verse en una sala cinematográfica Zodiac de David Fincher, una de las primeras películas concebidas, desde su creación hasta su exhibición, desde la Alta Definición Digital como sentido estético y tecnológico. Si bien Star Wars Episodio II fue un gran adelanto a nivel de producción, y Superman Returns se lanzó a la piscina del digital como mímesis del celuloide, no fue hasta Fincher y su Zodiac que la cuestión no ascendió a cotas de interés y relevancia.

Es evidente que por un gran factor nostálgico, y por costumbre, se obliga a las casas fabricantes de cámaras a reproducir imágenes similares al 35mm con las nuevas cámaras digitales. Aquí nace la dicotomía de la Alta Definición. Por un lado no despegarse de la tradición (mejorando la tecnología y sus posibilidades), por otro la creación de una nueva estética. Nuevas imágenes que inducen a nuevos pensamientos, sensaciones y posibilidades.

Volviendo a Zodiac, película que se erige como punto fronterizo en el dilema, contiene en su naturaleza la bifurcación en la creación de imágenes cinematográficas contemporáneas. Si bien Zodiac es un homenaje al cine policiaco de los años setenta (la utilización del logo de los 70 de la Paramount lo evidencia) obliga a que sus imágenes recuerden los aires, texturas, tonos de aquellas que contenían los rostros de Steve McQueen, Frank Sinatra, Lee Marvin... pero a la vez Fincher, como impulsor y uno de los abanderas de la alta definición, no puede huir de sus flaquezas y deseos, y no son otros que crear imágenes digitales. Por eso Zodiac a través de lo que fue un sentido estético del celuloide se vuelve imagen pura, clínica, de planos digitales imposibles, un thriller con una condición ajustada a nuestros tiempos que se distancia diacrónicamente de los orígenes que la hicieron nacer, la estética de un cine de hará cuarenta años.




Infinidad de límites. Desde imágenes clásicas, a construcciones
digitales, en Zodiac cabe todo (Ampliar imágenes).

Pero dos años atrás hubo alguien que produjo un cambio significativo, primordial. Michael Haneke con Caché en el 2005, y con muchos problemas técnicos por no haber precedentes, decidió captar la luz de la realidad con la alta definición. El resultado es absorvente y único, una imagen limpia (pero a la vez sucia al estar despojada de estilismos), las texturas en los rostros, en la piel, las bajas luces... Haneke no solo lleva al público a los límites, también lo hace con la posibilidades de sus películas.

Una imagen que podría no ser filmada (Ampliar Imagen).

Por su puesto que películas como Festen (Celebración) y otras del movimiento Dogma dignificaron el DV Pal (las primeras cintas digitales) al nivel del sentido cinematográfico, de la misma forma que hizo Godard en los ochenta con las imágenes de vídeo. Pero esas imágenes no eran reales, se distanciaban tanto de la realidad que filmaban que eran una ramificación más de la estilización fílmica. En cambio, la alta definición, permite en sus primeros pasos una exactitud hacia la realidad que no habíamos tenido antes, y en segundo lugar una hipérbole de realidad que aleja la imagen cinematográfica del ojo humano. Dos caminos que se abren y le dan al cine nuevas preguntas que resolver, haciendo de este arte aún un arte joven que solo ha hecho que caminar sus primeros años de vida y en las puertas de una adolescencia que por supuesto será y esperamos estimulante.

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