Ya dice el dicho popular periodístico que una imagen vale más que mil palabras. Pero si a esa imagen se le añade un elemento profundo, y a su vez enigmático, la imagen vale mil preguntas, mil posibilidades.
No hay nada en el cine -me aventuraría a decir- como una mirada. El primer plano no deja de ser el elemento formal que acerca a la cámara y al espectador a los ojos del protagonista. Luego quizá observemos los labios, las mejillas y las arrugas, pero en un instinto muy humano las personas miramos a los nuestros a los ojos cuando interactuamos unos con otros. La cámara, como superojo, actúa con una fuerza expresiva única ante la mirada de una persona (y de un animal). Le da intención, le da palabra, descripción. Aplica un valor externo y un contexto a un pozo sin fondo como son los ojos humanos.
Los ojos surrealistas de Recuerda.
El género clásico, se ha servido de ello, un cine que tiene en el primer plano su arma más poderosa. A diferencia del cine moderno que se centró en la figura humana en el espacio y en el rostro como marco geográfico de lo humano. Pero es indudable que asociamos una gran cantidad de clímax emocionales del cine sobre dos ojos y la emoción que expresaban, no quizá porque el actor o la actriz sintiesen tal o cual emoción, sino por el artilugio fílmico que elevaba y transmutaba una mirada en un elemento narrativo.
Que bello es el final de Muerte Entre Las Flores (Miller's Crossing), cuando un gangster de segunda (Gabriel Byrne), la mano derecha del jefe de la mafia irlandesa (Albert Finney), le dice a su jefe que ya no pueden seguir juntos y que le da igual lo que pueda pasar con él. Tras una historia donde el jefe y la mano derecha se han peleado una y otra vez, asumimos que no hay nada más entre ellos. Cuando el jefe se aleja por el camino, la mano derecha (nuestro protagonista) se coloca el sombrero con firmeza, un hombre solitario, duro, sin emociones. Sus ojos desaparecen bajo el ala del sombrero y la cabeza gacha. Entonces la cámara avanza hasta llegar a los ojos bajo el sombrero y ver como esos dos ojos lloran de tristeza, revelándose así las hazañas de un héroe solitario en acto de amor a su jefe. Las palabras eran un adorno, una antesala para llegar a la mirada final.
Una historia de amor y amistad bajo el ala de un sombrero.
El primer plano refuerza el sonido, la música, la densidad fílmica. Pero en otro ejemplo como Centauros del Desierto (The Searchers) existe una mirada igual de poderosa, y con mayor misterio y suspense, y sin recurrir al primer plano. Cuando en el ataque al poblado indio el Tío Ethan corre a matar a su "sobrina" y en una situación in extremis la levanta sobre sus brazos ante la duda de qué hará con ella. Asumimos la mirada viendo la espalda de John Wayne, un hombre cargado de odio y rabia y que incluso en su clímax lo vemos como un ser opaco y complejo. El plano de los ojos de John Wayne sería la muerte intelectual y emocional de su personaje y todo su misticismo se desvanecería por culpa de un refuerzo dramático. Ford sabía que tenía entre manos y respetó hasta las últimas consecuencias al ser mitológico que trascendía a su propia película.
Los ojos de Natalie Wood el único referente
de la opacidad del Tío Ethan.
En EL BUSCADOR nuestro protagonista, una sombra más en la noche, lleva el vacío en su mirada y en sus acciones la rabia de aquello que no expresa. Esa duda que se materializa en una mirada. Pero a su vez, como un ser de la noche, de su universo, es desde la distancia y el misterio donde encontramos las respuestas (quizá otras preguntas) para acercarnos a este Buscador que deambula con una ausencia en sus ojos.
Aquí podéis saber más sobre El Buscador, el proyecto, y como ayudarnos. Muchas gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario