Cuántas veces hemos dicho "ya sé que es un gilipollas pero es mi amigo". Defender a un amigo es un acto sagrado, principio único que constata la buena salud de una amistad. Es en los malos tiempos cuando ese ideal aflora, y lo que anteriormente era elíptico ahora se evidencia a través de la defensa y en la insistencia del vínculo con la otra persona. Otra cosa es que el amigo cambie, se vuelva otra persona con el tiempo o se te rebele como lo que era en realidad desde un principio.
En el cine tenemos amistades, y es fácil engrandecer a un autor en los buenos momentos. Qué fácil es querer a Spielberg tras Indiana Jones o Encuentros en la Tercera Fase. O a Truffaut en Jules et Jim. En momentos de gracia la propia energia de la obra, una obra embriagadora, te arrastra al querer y valorar al autor en si. Más difícil es apegarte a esos queridos autores en films fallidos, o de menos calado popular. A Ermanno Olmi, cineasta que adoro (por dar un calificativo), películas como "El Oficio de las Armas" o "Cantando Dietro o Paraventi" me cuesta montañas de esfuerzo finalizar sus visionados, pero por esa pasión a su figura, a su arte y manera de entender la vida, trato de buscarle en cada decisión, quiera él o no acercarse a mí. Prefiero, evidentemente otros films de Olmi, pero no hago ascos, ni el más mínimo mal gesto, a cualquier obra que haya firmado con su nombre. Más difícil me lo ponen directores como Woody Allen o Tim Burton, incluso Spielberg, que me cuesta reconocerles en sus nuevas imágenes y narrativas. No reconozco nada de la emoción con la que me cautivaron con sus anteriores films, y me pregunto si es la edad (en ellos) o que no fui capaz de ver lo verdadero en un cine que era más ilusorio que real.
Pero como a las personas, a las películas de los cineastas -que no dejan de ser discursos personales-, se les exige una contundencia ética y moral a través de sus imágenes y sonidos. Si volvemos a Spielberg, en especial su mítico Indiana Jones, quien fue un héroe de mi infancia, no por su naturaleza de héroe sino por sus decisiones, verlo en la cuarta entrega trabajando para la CIA y ser anticomunista me retuerce las entrañas. ¿Os imagináis a Atticus Finch en una posible Matar a un Ruiseñor 2 gritando a sus hijos o dejando de luchar por un mundo más justo? Porque la amistad es fidelidad también, si los pilares de tu imaginario traicionan a sus propios cimientos, ¿qué sentido tiene ser fiel?
Como en los políticos, de los cuales mejor no hablar -un pensamiento hacia ellos es como escupir contra el viento en un barco-, los universos narrativos deberían ser honestos. Es duro pensar que Hergé fue posible simpatizante nazi, porque necesitamos saber que sus imágenes y palabras ilustradas, aquellas que nos alimentan como personas, nacen de una verdad cercana a la nuestra, y la idea que Tintín surge de todas esas contradicciones hace desconfiar de lo sincero de sus acciones. Necesito querer a mi imaginario, confiar en él ciegamente, crezcamos en la misma dirección o en direcciones diferentes, pero exigiéndole que en sus principios, y en sus formas, sea en esencia el mismo que descubrí desde el primer día.
Esta mirada ha acompañado al cine de Olmi toda su carrera.
En el cine tenemos amistades, y es fácil engrandecer a un autor en los buenos momentos. Qué fácil es querer a Spielberg tras Indiana Jones o Encuentros en la Tercera Fase. O a Truffaut en Jules et Jim. En momentos de gracia la propia energia de la obra, una obra embriagadora, te arrastra al querer y valorar al autor en si. Más difícil es apegarte a esos queridos autores en films fallidos, o de menos calado popular. A Ermanno Olmi, cineasta que adoro (por dar un calificativo), películas como "El Oficio de las Armas" o "Cantando Dietro o Paraventi" me cuesta montañas de esfuerzo finalizar sus visionados, pero por esa pasión a su figura, a su arte y manera de entender la vida, trato de buscarle en cada decisión, quiera él o no acercarse a mí. Prefiero, evidentemente otros films de Olmi, pero no hago ascos, ni el más mínimo mal gesto, a cualquier obra que haya firmado con su nombre. Más difícil me lo ponen directores como Woody Allen o Tim Burton, incluso Spielberg, que me cuesta reconocerles en sus nuevas imágenes y narrativas. No reconozco nada de la emoción con la que me cautivaron con sus anteriores films, y me pregunto si es la edad (en ellos) o que no fui capaz de ver lo verdadero en un cine que era más ilusorio que real.
Pero como a las personas, a las películas de los cineastas -que no dejan de ser discursos personales-, se les exige una contundencia ética y moral a través de sus imágenes y sonidos. Si volvemos a Spielberg, en especial su mítico Indiana Jones, quien fue un héroe de mi infancia, no por su naturaleza de héroe sino por sus decisiones, verlo en la cuarta entrega trabajando para la CIA y ser anticomunista me retuerce las entrañas. ¿Os imagináis a Atticus Finch en una posible Matar a un Ruiseñor 2 gritando a sus hijos o dejando de luchar por un mundo más justo? Porque la amistad es fidelidad también, si los pilares de tu imaginario traicionan a sus propios cimientos, ¿qué sentido tiene ser fiel?
Atticus Finch, inquebrantable.
Como en los políticos, de los cuales mejor no hablar -un pensamiento hacia ellos es como escupir contra el viento en un barco-, los universos narrativos deberían ser honestos. Es duro pensar que Hergé fue posible simpatizante nazi, porque necesitamos saber que sus imágenes y palabras ilustradas, aquellas que nos alimentan como personas, nacen de una verdad cercana a la nuestra, y la idea que Tintín surge de todas esas contradicciones hace desconfiar de lo sincero de sus acciones. Necesito querer a mi imaginario, confiar en él ciegamente, crezcamos en la misma dirección o en direcciones diferentes, pero exigiéndole que en sus principios, y en sus formas, sea en esencia el mismo que descubrí desde el primer día.
Y por eso a mí no me gustó Prometheus...
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